
Un monólogo a dos, cuatro, ocho, cien voces que no sabe de silencios. Una mente como tren desbocado. Un runrún de hice no hice dije no dije debo no debo hago no hago. Y lo que podría pasar, las mil ramificaciones de un acto y sus cientos de ramificaciones.
Llega la tarde y estoy agotada, normal.
Algo que no me esperaba es que los cambios conscientes, especialmente si implican una reestructuración del pensamiento automático y crear caminos nuevos por donde la voz interna aprenda a navegar, es tremendamente agotador. Terrible. Una lucha constante contra el peor enemigo: yo misma.
Pienso y pienso y pienso pero creo que, esta vez, es de la manera correcta (la que no acabará en mi autodestrucción).
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