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Está aquí

domingo, octubre 08, 2023

Hay un momento en que te dicen: ya está. Y aunque no veo respiración quiero gritarle (contra todo decoro, toda lógica): ¿cómo que ya está? No. No. No puede ser.

No sé si me dijo «ya no está», pero yo pensé: no, cómo que no está. Sí que está. Está aquí, está caliente, está suave. Aquí la tienes.

Siempre ha estado.


I


El duelo nuevo siempre viene con los anteriores de coletilla. La desdicha arrastra la tristeza anterior: en esta habitación tomé la misma decisión hace 5 años, firmé la misma autorización. 

Era lo que quedaba de mi suegra. 

La presencia eternamente presente en esta casa desde la juventud.

Era el nexo con lo que 2018 y 2019 arrebató.


II


Lo peor es lo que viene después: deshacerte de las rutinas, las evidencias de existir. Barres los pelitos que quedaron, quitas la manta del banco donde tomaba el sol, retiras un plato y lo pones a lavar antes que los otros. 

En la noche ahora quién me recordará a mí que ya no hay que dar una pastilla envuelta en pavo.


III


Hay mantas que deberían lavarse pero siguen en su sitio. Tienen la marca de la siesta, el pequeño agujero de tela aplastada. Tampoco se lava porque tiene pelitos, los miro, los froto entre los dedos porque es lo que queda de acariciar a quien ya no está. Acerco la nariz y huelo. Es curioso como empleamos todos los sentidos para recuperar lo que hemos perdido.


IV


El banquito detrás de la silla me estorba, pero si lo quito entonces ya no quedará la escalera improvisada a la ventana para las patitas con artritis que buscaban el calor del sol. 

No me siento en la butaca porque ahí está su manta con su hueco, su ausencia tangible. Si la quito ya no tendrá su camita improvisada que usaba mientras yo trabajaba.

Si quito lo que estorba, la quito a ella también.

Evolución de personaje

domingo, agosto 27, 2023

 


Yo lo intenté, en serio, pero es imposible hacer un desarrollo de personaje en 2 semanas de agonizante calor que me haga sentir como en los veranos de 3 meses cuando tenía 15, 18 o 20 años. Es imposible juntar un cambio de perspectiva con la consecución de los sueños cuando hay que lavar las cortinas, tapar agujeros de una pared, tirar un ventilador roto del verano pasado, limpiar detrás de los muebles, replantearte si seguir yendo al gimnasio o decidir qué hacer con la pila de libros pendiente que hace seis meses no tocas. 

(Ahora todo es acumular y prisas, en lugar de soltar y sosiego.)

Pero si nos rendimos a eso qué nos queda si no es esperar al próximo puente, el festivo del mes que viene, o gastar días sueltos en algún mes barato para hacer una escapada (escapar de la realidad, de uno mismo, de lo que se lleva a cuestas, de los vacíos, ¿de qué?). Me duermo a las tantas aunque una voz me dice que no debería, que me giraré el horario, pero si no recupero aunque sea una madrugada de verano escribiendo hasta las tantas ¿qué me queda si no es resignarme a perder la juventud?

No piso la playa pero me remojo con la manguera, duermo la siesta y desayuno helado, como lentejas hechas por mi abuela y voy al parque a jugar con mi primo, desayuno en una cafetería conocida solo cuando viajo y le cuento a mi marido sobre los sueños reales e irreales (los de: quiero ser escritora y los de: había un mundo oscuro y la radiación me perseguía), aprendo nuevos juegos de mesa y platico hasta las cuatro sobre todo y nada, paseo con mis abuelos hasta su cafetería favorita y comemos churros con chocolate mientras fuera caen 35 grados a pleno atardecer. No hay plan establecido y aún así se tachan cosas de las listas (de pendientes, de imposibles, de detalles, de espera). 

Egoísmo

sábado, abril 01, 2023

(Foto propia en Instagram, 11/07/2017)

Llevo días dándole vueltas a algunas conversaciones y a porqué me ponen tan nerviosa. Muy a menudo, tengo una respuesta emotiva visceral, salvaje, y tengo que obligarme a parar para que esa rabia desesperada no me consuma. Cuando me pasa, intento entender por qué esa reacción. Así he llegado a la conclusión de que el egoísmo es ese elemento de la humanidad que a duras penas puedo soportar. Va más allá de solo pensar en uno mismo (una habilidad inherentemente necesaria para la supervivencia), es también el pisotear a los demás, la crueldad, atacar al indefenso, ignorar las causas ajenas porque no te tocan de cerca, colocarte en tu pedestal de privilegio y olvidar que, para llegar allí, solo se lo debes al azar o la suerte de nacer con unas condiciones determinadas.

No es nada nuevo, desde siempre ciertas situaciones me generan un malestar hasta físico, pero hasta ahora no he sabido como englobarlas, cual es el denominador común y la emoción primaria bajo la cual se cobijan: una violación, abandonar (o matar) un animal, votar a quien desea recortar derechos, ignorar la lucha de derechos de otros colectivos, no querer pagar impuestos en pos de una sanidad pública, seguir consumiendo sin siquiera tener un ápice de reflexión detrás, consumir el último trozo de pastel sin ofrecer al resto.

De estos ejemplos hay algunos que claramente son para enfurecerse, mientras que otros son tan diminutos en comparación que parece que no tengan relación: pero la encontré. El egoísmo: mi placer ante tu sufrimiento, mi disfrute antes que renunciar, mi poder sobre tu indefensión, mi prioridad siempre la protagonista. 

No es que yo no sea egoísta, pero quiero creer que, en la medida de lo posible, busco que mi balanza moral se incline a lo que considero justo. Sé que en el capitalismo no hay consumo ético y que somos granos de arena en una vasta playa, sin impacto aparente. Sé que no hay nada que yo pueda hacer contra una gran corporación, la contaminación que genera un jet privado, o que decidir no comprar o consumir un producto o marca no afecta en absoluto ni solventa los problemas de derechos laborales. No puedo hacer nada y, aún así, como leí en un libro de Andreu Escrivà sobre los actos personales sobre el cambio climático, tengo una pequeña parcela de responsabilidad sobre la que puedo actuar.

Condensando el dolor

lunes, febrero 13, 2023

(pensamientos que surgen tras ver el episodio 3 de The Last of Us)

He conseguido reducir el duelo, el llanto y la pérdida a unas notas que han sonado cuando menos lo esperaba. Me he roto por completo, entonces, más por la melodía que por la historia. 

Me he prohibido escuchar la que es una de mis canciones favoritas porque me abre todas las heridas. Me recuerda lo perdido, lo que perderé, los que ya no están. Este dolor enterrado ha aflorado. El golpe bajo es para mí porque es la canción con la que he acompañado mis lutos. 

De ahí que pienso en cómo he reducido tanta tragedia a un espacio tan diminuto como es una canción. ¿Es una manera de sobrevivir, porque así tengo todo ese dolor en un sitio al cual me niego el acceso? Es la llave que abre el grifo del llanto y, al mismo tiempo, el baúl que guarda todas las imágenes de despedidas, de últimas respiraciones, de lugares a los que no puedo volver, de la versión de mí misma que ya se ha marchitado. A lo mejor es todo eso, o simplemente solo es la mecha que inicia el camino a lo no resuelto, a la herida que sangra pero ignoro. ¿Cuánto se puede llorar algo que se desconoce?

Condenso el dolor en pocos minutos para creer que así duele menos.


((la canción del dolor y la belleza, la nostalgia:))

A pie de página I

martes, octubre 04, 2022



I

Si el universo tiene voz, ¿cuándo dejé de escuchar? ¿Se atrofia la intuición o es que deja de hablarte porque sabe que no escuchas?

II

Qué  fácil es destruirse, dejarse caer por el abismo. Sanar es complicado, pero es fácil de conseguir, pues puedes seguir en las profundidades. Ahora, ¿re construirse? ¿plantar los cimientos de un camino o una identidad que deseas como propia? Eso es harina de otro costal, es tarea tremendamente titánica. Escalar el precipicio no es nada fácil. 

III

Veo señales, que sé que no son. Busco reafirmar el runrún interno, ese mecanismo que se ha puesto en marcha en esta época de sanación, pausa y recapitulación. Busco ese "sí, sigue", porque necesito ese soslayo de que el universo me desea en esa senda. 

IV

Hace dos años y medio que no ocupaba un lugar en este espacio, este edificio. De quien era quedan vestigios, los contornos, pero el interior, lo que es el sombreado, la textura, es diferente.

V

Me siento en el suelo a escribir sobre nada y todo mientras veo una película (Costa Brava, Líbano). Son cartas, quizá, a mí misma, para centrarme, o quizá recordarme lo que he olvidado: la esencia del todo, la paz.

VI

Del bar de abajo sube el aroma a café. Las mañanas cambian: hay abrigos, mantas, y un amanecer cada vez más rojizo. Tras la ventana cerrada me resguardo del cambio.

No es otoño, pero en la neblina y la montaña que desaparece, escucho música ambiental y me siento un poco menos ajena a este lunes.