Nunca me he visto en el futuro. En otras vidas, claro; otra linea temporal, siempre; un universo alternativo, a menudo. Pero, ¿en el mañana? Esa es la ventana más al alcance y a la que menos me asomo, quizá por miedo, por indiferencia, o por incapacidad de gestionar la incógnita (o las doscientas posibilidades que podrían ser).
Las líneas que trazan mi cotidianidad — los caminos, las rutas, lo rutinario — de repente son más rígidas que nunca, trazando un cerco que antes creía la absoluta comodidad y, al asomarme a esa ventana del mañana, descubro como soledad.
Yo, que siempre he ido detrás de alguien, siguiendo un camino ya trazado, de repente descubro las rutas que puedo tomar por mi cuenta. Un paso, luego otro, y así podría habitar donde realmente quiero, no donde se espera que esté.
¿Qué hago aquí? Me pregunto de repente, y descubro tras el velo de la rutina que todas las señales me dicen: aquí no te queda nada, y todo a lo que buscas aferrarte está allá.
¿Y si me voy?
Publicar un comentario