Todo empezó en lo que llamo afablemente mi "periódico de confianza" y un video que hablaba sobre hacer las cosas a pesar de que no gusten, duelan o sean difíciles. Y aunque 5-10 segundos sean reduccionistas del tema, en los comentarios encontré más ejemplos sobre el tema que se intuía en el video: la aceptación radical (radical acceptance).
No se trata de empujar el cuerpo hacia el sufrimiento, sino que, a pesar de ello, hacer lo que queremos. Es decir, si yo me limito porque hay algo que me va a costar, independientemente de mi límite, debo hacerlo. Si va a doler, si me va a costar, si igualmente tengo que pasar por esto, entonces seguiré haciendo lo que quiero, esa es la premisa. El video resumía: si la depresión me hace sufrir, pues saldré igualmente, aunque duela (porque lo pasaré mal en la cama y fuera de ella, así que mejor hacer lo que me plazca).
Mi primer cambio aplicado siguiendo esta idea fue cuando, tras meses, podía ver a unos amigos si me animaba a hacer plan en domingo, algo que siempre he detestado con toda mi alma. Para mí, es un día de mucho bloqueo, de preparación a la semana, o simplemente de esa tristeza intrínseca (y a veces no tanto) que nace con la perspectiva de volver a la rutina. Y pensé: si el lunes va a llegar igualmente, ¿qué más da si hago planes este día? Así que el domingo fui a comer, a pasear, a tomar un buen café, y luego al cine a ver Nosferatu.
Como persona de muchos bloqueos y frenos, la mayoría autoimpuestos, la aceptación radical se me antoja un antídoto, un bálsamo que suavice las aristas de la existencia. Soy cauta: a veces el parón debe hacerse por salud, pero cuando no es así, esta nueva filosofía que estoy adoptando me ayuda a desprenderme de mis propias limitaciones.
Como dijo Saru en Star Trek Discovery (T4): "He descubierto que los límites que me impongo no me protegen realmente, sino que en realidad apagaban el brillo de mis días" ("I have come to believe the limits that I place upon myself do not protect me so much as dull the brightness of my days.")
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