Acostumbrarse al tacto del barro, a ir despacio, a tener paciencia, a cuidar sus grietas y buscar lo orgánico. Orgánico, así llamamos (entre risas) a los fallos, a la asimetría, a lo que se quiebra y se rescata. Todo es orgánico, porque todo se salva, no hay error que no sirva porque de todo se aprende, incluso cuando el aprendizaje es simplemente volver a empezar.
El volumen no se domina fácil, no tiene una desenvoltura tan pasiva como el papel a dos dimensiones, donde el trazo se crea sin problemas. Aquí hay curvas, y grosor, y manos temblorosas que se entienden novatas para construir formas, trasladar la imagen mental al barro.
La paciencia lo impregna todo (y el silencio). En la lentitud está el evitar las grietas, y sin grietas no solo el acabado es más bello, sino que no hay peligro de que se rompa o explote en el horno por las burbujas de aire.
Pulir es lo más agradable, a pesar de la nube de polvillo que se cuela por la mascarilla, en la ropa, bajo las gafas, e impregna las manos de tizón rojo. Es un acto meditativo de eliminar asperezas (en el barro y en una misma). A veces es así de intenso, a veces solo es sacarle brillo a lo que podría ser un cuenco, o un posavasos.
Decoramos bajo la linea personal de cada une. Me dicen: "curvas, y hojas y plantas, es muy tu estética"; me pregunto qué reflejo con ello, si es solo la influencia de la moda actual, la mezcla de belleza y practicidad, o hay algo más que me hace decidirme por eso.
Decidir, como el moldear, acaba siendo un reflejo de algo.
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