Llevo casi toda la vida replegada, contenida, doblada en pliegues sobre sí mismos para ocupar el mínimo espacio: no hacer ruido, no moverme, ser el punto más ínfimo de todos. Existiendo, pero sin presencia. Lo que existe entre paréntesis, entre puntos suspensivos. Cómo entonces sorprenderme ante un bloque, estar anudada por mí misma, llena de atascos. Tengo los sentidos únicamente en modo percibir, y aún así lo hacen a través de un velo porque incluso la experiencia de sentir está menguada: ser diminuta incluso en ser.
Pero ahora estoy suelta, liviana, fluida, y me hallo incapaz de contener el torrente de verborrea que me azota, de creatividad, de inspiración, de un diálogo continuo conmigo misma que conecta lo de fuera con lo de dentro. Lo leí en su momento: se pierde el propósito cuando no hay conexión con el exterior. Había un corte limpio que seccionaba las capas internas que forman mi yo: mi integridad, mi presencia, mi pensamiento, mi expresión, mi sentimiento. Esa herida ha sanado, y con ello las capas se han desdoblado, se han expandido aunque conserven arrugas profundas y rasgaduras donde la compresión fue tal que hubo destrozos inevitables.
Hay movimiento y diseño en lo que veo, lo que hago, lo que pienso, la mente se desemboca, no paro. Ahora la energía no tiene fin, es eterna, se ata a sí misma y se potencia. Tan contenida al punto de desaparecer ahora todo fluye y chorrea y se desborda. Es eso, me desbordo, caigo por mis propios bordes, sobre mí misma, me enlazo y me pierdo porque ahora no hay barrera, no hay muro, no hay nudo que frene o imposibilite.
Aunque quizá es demasiado. La energía se pierde rápidamente porque no sé contenerla: es arena entre los dedos abiertos, agua en un colador, viento sobre las montañas. Sale, sale, sale. Se atropella a sí misma y tropieza, se desvanece porque su energía es tal que se desgasta más rápido de lo que existe, vuela evaporándose, o cae a la tierra y se absorbe por grietas antiguas. Tanto tiempo contenida, y ahora que consigo desatarme de una vez por todas no sé cómo atenerme al aluvión, me tengo que frenar porque es excesivo, me estampo si me dejo llevar. La energía no está pulida, está revolucionada, se agrieta, se torna nervio. Un nervio que exuda, que grita su presencia porque sabe que la otra opción es la contención, y no quiere volver a ser una presa limitada a cuentagotas.
Me he roto y es lo mejor que me ha pasado en mucho tiempo.
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