Buenos días desde un nuevo mes en el que el sol brilla en un cielo con apenas nubes. La rutina es más dulce con una infusión, el sol iluminando la montaña y los geranios floreciendo.
Buenos días desde un paisaje donde no hay rastro de lluvia. El sol incide en la terraza, y el cielo es de un azul tan puro que se clava. Ventanas abiertas, manga corta, y la melena despeinada y ondulada.
Buenos días desde los restos de la tormenta: los charcos, el aire húmedo, el frío en el ambiente, las gotas de lluvia aún sobre pétalos y hojas. De mi tormenta personal también quedan evidencias: dar vueltas en la cama, un leve pico de ansiedad, un pensamiento intrusivo.
Buenos días desde el final de semana, o el principio según se mire. Una marca que indica unos días donde aprovechar la vida desde el despertar.
Buenos días desde el resurgir: una semana más, una ventana a todo lo que vendrá. Las mañanas son más cálidas, y en su regazo me detengo a respirar antes de iniciar el movimiento.
Buenos días desde el pequeño placer de cada mañana: elegir taza, elegir infusión, elegir la música que acompaña.
Buenos días desde la llovizna que salpica una rutina que sabe a cálida infusión reconfortante. Cuando todo parece caer por un instante, recuperar lo habitual es un abrazo.
Buenos días desde un día donde los pies descalzos marcan el camino. Hombros desnudos y brazos como espigas que se extienden al cielo: estirarse, estallar desde dentro.
Buenos días desde lo que se antoja una mañana fresca de verano. Hay tranquilidad externa aunque a veces la desazón de no llegar, de que los sueños se queden en humo, pesa en el interior. Un interior revuelto, que no se ve, pero que oprime.
Domingo, 19:53. Las nubes cubren el horizonte. Dejo que el frescor entre por la ventana. El viento se arremolina con el incienso y me da un escalofrío, aún llevo el pelo húmedo de la ducha. Me siento ante la pantalla en este ambiente para crear, aunque sea por un instante.
El mantra del mes pasado sigue vigente: aspiro a hacer de lo cotidiano algo cinemático. Busco no escapar de los elementos diarios, taparlos, ocularlos, porque es en su narración donde se halla la verdad. Ya lo dice Stephen King en «Mientras escribo», que hay que hablar sobre la verdad, ser sinceros. Adoro la cotidianidad, pero rehúyo a menudo de compartirla, como si fuera grotesca su banalidad, o quizá una rotura a la propia intimidad. Me intento alejar de esa sensación preconcebida, y hallar al plasmar la rutina la misma placidez con la que la vivo.
En la pausa del café, salgo a desayunar a la terraza mientras los pájaros anuncian la primavera y el cielo parece deslumbrar con una pátina de vibrante azul. Me tomo mis veinte minutos para respirar el aire que trae la montaña antes de volver al ordenador y teclear el resto de horas hasta que acabe la jornada, inhalando la fuerza de la vida que hay más allá del paisaje. La taza es vieja y no me gusta su mensaje de edulcorado optimismo, pero su tamaño es ideal para la bebida matinal. El plato está mellado en una esquina pero aún no se rompe. El pan se me ha quemado por un lado y el queso derretido se ha escurrido. El suelo tiene pétalos secos y hojas muertas que no he barrido, y la mesa tiene una fina capa de polen y polvo. Pero sigue siendo un bello momento del día, un paréntesis en la mañana de imperfecta belleza a la que me aferro cada jornada.
Siempre es un buen día para recordar que tener un trabajo que financie tus sueños no te hace menos que alguien que se puede permitir formarse o crear a tiempo completo. Compaginar la jornada y las tareas del hogar con una vida creativa o proyectos personales es complicado, requiere perseverancia y muchos malabares para conseguir tener un hueco donde dejarnos llevar, dejarnos ser.
Hay días que comienzo agotada por una energía interna excesiva, me desbordo y disperso, no puedo concentrarme, y el alud de pensamientos me tiene frita. En días así, o cuando el ánimo decae, ya no hay culpabilidad ni reproches, tampoco bucles. Me refugio en hábitos saludables: una siesta, fruta, un poco de ejercicio. Mejorar también es que lo malo sea menos malo.
Ahora que empiezo a recuperarme después de arrastrar agotamiento durante años (superado únicamente a base de inercia y cabezonería) disfruto del descanso y, al mismo tiempo, las ganas de locas de hacer mil cosas. Es una sensación casi desconocida, y no sé cómo gestionarlo. Por un lado quiero disfrutar de mis tardes libres, teniendo en cuenta que seguramente tras el verano se acabe el teletrabajo. Por otra parte, y por la misma razón, quiero aprovechar al estar en casa para hacer cosas pendientes y/o avanzar proyectos. Son dos energías totalmente opuestas: las ganas de descansar y el ocio pasivo (leer, ver una película), versus las ganas de crear.
Últimamente todo son cambios, y ante la duda me digo: «llevo toda la vida haciendo esto de la misma forma, ¿me ha servido de algo?», si la respuesta es negativa, hago un giro de 180 grados y me lanzo a la incomodidad. Vivir oculta incluso de mí misma no me ha llevado a ningún puerto, solo a un silencio que engulle y no libera. Todo empieza un poco así: lanzas una piedrita al río, luego otra, y otra. Llegará un punto que éstas sobresaldrán de la superficie y podrán incluso aguantar tu peso.
Seguiré con mis verdades y mi esencia incómoda, porque existir en la distancia es lo mío. La culpa es mía por querer ignorarlo y acercarme demasiado a donde no hay bienvenidas cálidas.
Me atrevo a hablar un poco de las cargas, de la intimidad que se oculta tras los pliegues de piel y párpados, de estar contenida. No es fácil explicar una sensación, mucho menos algo que arrastro desde hace años y a penas soy consciente de ello.
«Ha habido momentos de mi vida en que escribir ha sido un pequeño acto de fe, como escupirle la cara a la desesperación. (…) Escribir no es la vida, pero yo creo que puede ser una manera de volver a la vida.»
Sigo avanzando lecturas, juegos, (¡incluso me inicio en los juegos de mesa!) y demás, intentando encontrar un balance donde ocio y vida creativa vayan de la mano. Dejo mis recomendaciones de este mes:
El Señor de los Anillos: Las Dos Torres (2002)
El Señor de los Anillos: El retorno del rey (2003)
Nomadland (2020)
Akelarre (2020)
La boda de Rosa (2020)
La jungla de cristal (1988)
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