
El día de fin de año quemé el ramillete que ocupó una esquina de mi puerta durante 2024.
Hablaba de mí. No cómo un ego volátil que salta entre el soy y el tengo, sino como una presencia silenciosa que salta entre los días intentando definir el intenso caos que le habita.
Y leía a otras tantas presencias como yo. Veía a través de sus ojos, asimilaba sus preguntas y me fascinaban sus respuestas. Era su público y respondía con mi propia apreciación, recibiendo una contestación similar.
Así era mi paso por una red social que fue hogar de cavilaciones hasta que fue insostenible seguir ahí. Ya no era un rinconcito cómodo, era una calle abarrotada de publicidad y de gritos y de tengo tengo tengo y falta falta falta (y, que en realidad, esconden siempre un compra compra compra).
Y cuando mi zona de confort se volvió incómoda, la abandoné.
Me vi sin mi pequeño diario personal de reflexión y intensidad.
Los espacios se dejan atrás pero no lo que te lleva a ellos o la persona en la que te convierten en el tránsito. Y yo sigo acostumbrada a divagar y a escribir, así que sin intenciones de volver, busco crear mis propios lugares de pausa (una prueba, una intención, como todo en esta vida). Así que heme aquí, probando otras maneras de ordenar el día a día, de afinarlo, de darle peso y densidad.
Hola.
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