Escribo a menudo pero no soy escritora; juego a videojuegos pero no soy gamer; moldeo cerámica o arcilla pero no soy artesana; pinto o dibujo pero no soy artista; bailo pero no soy bailarina... Siempre impostora, siempre haciendo pero nunca siendo. ¿En qué momento te define lo que haces?
(seguramente es cuestión de confianza propia)
¿La etiqueta la pone el proceso, el resultado o cobrar por ello? Si no hay una transacción económica o una dedicación completa, ¿podemos afirmar que somos o nos tenemos que quedar en la aspiración, el anhelo? En una reflexión sobre la frustración (y donde hay un gran reflejo de mí misma bajo las capas del "nosotros" y el "porqué") empezaba hablando de que la publicación prácticamente inalcanzable para la mayoría es lo que frena en definirnos. Sin el nombre en exhibición es como si no existiera la persona creadora detrás, ¿no? De ahí, desgranando mi propio hilo de pensamiento, discurro hacia el cauce de la conexión: si no se percibe por otros, no existe y, por tanto, la propia existencia tampoco es.
Disfrutar del camino es una asignatura pendiente en la sociedad: miramos el destino, el tiempo que nos queda, las tareas que faltan, pero se nos olvida el momento, lo que sucede en el tránsito y que, sin ello, no habría ni el principio ni el final.
(¿a dónde voy? No lo sé, estoy en el camino, estoy escribiendo esto recuperando chispas («espurnes», en catalán, de mis palabras favoritas) y hojarasca para un hoguera reflexiva, un algo contundente y certero que se la respuesta que busco)
¿Tu gusto supera con creces tu habilidad? Ahí también nace la frustración y el no-ser. Porque, ¿cómo vas a ser algo si no puedes apreciarlo? No serás escritor o escritora, solo alguien que junta letras, que cuenta historias, que habla de un sentimiento y lo construye entre rimas. No puedes ser bailarín o bailarina si siempre eres estudiante y casi nunca pisas un escenario.
Quizá entre ese querer ser y no ser, lo que antes era un amateur ahora es frustración. No hay un gris: se es o no se es. Y los criterios para ser los construimos sobre la imagen de los profesionales, los inalcanzables, los exitosos. Si no somos así, no somos. No albergamos definición.
(Pero lo que vale la pena siempre cuesta. Debe haber alguna fricción con lo que creamos. ¿cómo encajarlo? ¿cómo mejorarlo? ¿cómo superarnos? ¿cómo evolucionar?)
Enciendo un fuego con todo lo que encontré en mi divagación. Veo una llama que crece, pequeña pero potente. Como los que creamos, los que traducimos nuestro mundo al de los demás y lo plasmamos con párrafos, el cuerpo, o melodías. ¿A dónde he llegado? A tres conclusiones:
- Hay que amar lo que hacemos, pero ser críticos y abrirnos a la mejora.
- Hay que conectar, abrirnos a los demás, enseñar nuestro cosmos propio: "esto lo hice yo, esto es parte de mí".
- Hay que disfrutar el mientras y no etiquetarnos en la frustración.
- Hemos venido a jugar y el mundo es nuestro patio.
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