Ha brotado una flor en una planta que lleva un año sin capullos. Metáfora o reflejo, me pregunto ahora que inicia septiembre. Más que la página en blanco, un lienzo nuevo, o un bloque de cerámica sin moldear, un brote es un logro, es un paso más que la mera intención de querer (volver a) empezar.
La intención nunca falta, es casi inagotable. Llena un vaso de agujeros que solo la acción puede tapar. Porque la cuestión es esa: llegar al movimiento, a que el brote nazca, a que los pétalos de abran. La energía se debe cultivar para que no se escape entre los dedos, como agua o arena. Pensar y pensar y pensar y pensar, se agota la energía en ese tren mental que está por descarrilar y no queda nada más que ese sueño velado [o vedado].
Pero de qué sirve seguir sin ilusión, aunque luego quede en cero el contador. De qué sirve rendirse si no se cae con ilusión en la trampa cada año. Hay reservas, sí, pero no me apetece renunciar a la magia de lo que se siente un despertar, un inicio. Es como un fin de año, una nueva oportunidad, un "esta vez sí, ahora sí".
Me salgo de lo intangible: quiero decir que tengo planes para septiembre (y el resto del año). Nada demasiado alocado, tropezar con las mismas metas inalcanzables me han enseñado a ser más realista. La pausa en la que llevo inmersa una temporada me ayuda a ver mis límites, hasta donde puedo llegar sin caer en un círculo nocivo de productividad y fracaso. Menos es más, ahora lo entiendo.
Vuelvo a la cerámica que me acompañó el año pasado, y me atreveré a bailar una vez más. Quiero escribir y crear. No pido mucho más.
❤️❤️❤️
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