No recordaba la última vez que había hecho algo nuevo, menos algo aún sin expectativas, por el simple hecho de disfrutar. Estoy aprendiendo a bastarme con existir, sin nada más que esta carcasa y lo que engloba. Ser y que sea suficiente con ello.
Recordé las raíces, y a ellas fui: al barro, a lo manual, ese trabajo que un día es cotidiano siendo niños y de repente solo es un recuerdo, un vago hormigueo de las manos que rememoran cuando hacía más que teclear, teclear, teclear. Durante años contemplo horarios y distancias y me resigno a que no cuadre, y cuando menos lo espero aparece lo que llevaba tanto tiempo buscando: clases de cerámica en mi misma ciudad.
Somos ocho sentados ante una mesa de madera, cada quien con su pequeño espacio de trabajo. Yo no llevo delantal, pero sí ropa vieja que se puede manchar; prendas que me cobijaron en otra ciudad cuando todo parecía ir mal, ahora es mi armadura ante esta nueva tarea.
La suciedad en las manos, el barro bajo las uñas, y las costras de cerámica sobre los nudillos es una sensación a la que cuesta volver cuando llevas tanto tiempo en la pulcritud, en un sistema cuadrado del que apenas te estás librando. Volver a ensuciarse es volver a la niñez, a la plena felicidad del existir, de la experiencia.
El barro es como yo, se cansa si se amasa demasiado. Si se ocultan las grietas estas vuelven a salir, hay que aprender a hacerlas desaparecer, acariciando los pliegues para conseguir una masa suave, fresca, y con la que moldear. Hay que dejarla reposar, no toquetearla demasiado para que mantenga la temperatura correcta. Yo me veo en esa pasta rojiza, en romper su forma cuadrada y amoldarla, en acariciarla para que quede lisa y suave, extender sus pliegues para poder cortarla o pellizcarla. Qué fácil es verse al otro lado cuando se es una intensa nata.
La profesora nos da unas pautas e indica: hasta que no está en casa, no es tuyo, hay practicar el desapego porque en cualquier momento del proceso la pieza puede quebrarse. Yo, que de nuevo he renunciado a tanto en este año, encuentro liberador esa falta de compromiso, ese exceso de presente que me hace pensar en lo que tengo delante y no en lo que podrá ser mañana. Hoy es barro, la semana que viene quién sabe.
Cómo cuesta, digo en un momento después de amasar una cantidad excesiva de cerámica porque no domino cantidades ni al cocinar, voy a saber yo cuanto es mucho o cuanto es poco. Me dice alguien: poco a poco, verás como lo dominas. Respondo: no sé yo, ahora mismo me está dominando el barro a mí. Hay risas, porque todos nos vemos en las mismas: creer que podemos moldear ese material cuando es él quien indica la cantidad de fuerza, si hay que golpear para unificar pliegues, si hay que frotar entre las manos.
Publicar un comentario