Thought Mantique: Apuntes sobre The Last of Us 2 - De cómo el aferrarse es el eje que nos define

Apuntes sobre The Last of Us 2 - De cómo el aferrarse es el eje que nos define

martes, abril 13, 2021


( Por obvios motivos, hay spoilers tanto del primer juego como del segundo )

Quien haya jugado la primera entrega de esta saga y se haya quedado prendado de la historia, sin duda estaba deseoso de conocer qué había deparado a los personajes que tanto nos conmovieron. Aunque yo no soy de esperar con gran emoción, sobre todo porque encontré que la historia había quedado bastante bien cerrada, sí que tenía curiosidad, y más por las señales que daba la publicidad del juego: Ellie en la carátula, Ellie en los vídeos promocionales, Ellie besando a una chica en un baile... todo apuntaba a que ya no era tanto la historia de ambos, como de ella. ¿Qué había sucedido para que Joel quedara relegado a segundo plano? Una persona menos ingenua y con escaso apego seguramente lo pudo intuir desde el principio, no como yo que siempre albergué esperanzas de un final que me rompiera pero que me mantuviera entera... para nada esperaba este desgarro interior.


Más allá de lo que yo pueda o no reflexionar sobre la narrativa y el cariz del juego, no puedo ignorar un aspecto técnico tan brillantemente pulido, tan natural, y con tanta accesibilidad para quien lo requiera que resulta toda una delicia el tomar el mando (incluso cuando eres como yo que lo de disparar no se te da bien ni por accidente). Sin embargo, como en cada obra de Naughty Dog que he jugado, encuentro que hay un exceso de tiroteos para alargar pantallas que podrían haber sido un perfecto equilibrio entre tensión, acción, e historia. Me resultaba tan frustrante llegar a un punto, después de una ardua batalla por la supervivencia, en la que ya intuías que esta dinámica se repetía por la manera en la que el escenario estaba planteado. Me resultaba tan repetitivo, agobiante y aburrido, que me sacaba por completo de la historia.

Retomando los tecnicismos, las diferencias entre el manejo de Ellie y Abby, más allá de que utilicen distintas armas, va desde un andar distinto hasta la misma fuerza con la que dan un puñetazo. Su agilidad, sus saltos y sus movimientos son totalmente acordes a sus complexiones, su carácter. Reflejar la personalidad y el físico de los personajes en cada pequeño detalle consigue una inmersión sutil pero profunda.  

En los créditos me quedé muda, dejando que las letras se deslizaran sobre el fondo negro mientras la guitarra acompañaba. Era un atardecer de agosto, el sol entraba oblicuo por la persiana a medio bajar y el aire cálido se antojaba menos asfixiante al moverse en corriente entre todas las ventanas abiertas. Heme ahí, en ese contexto, las rodillas hacia el pecho y los dedos entrecruzados sobre ellas, mirando en silencio como concluía una narrativa de casi treinta horas que me había llenado de tristeza y, sobre todo, mucha rabia. Ahora de ello no quedaba nada: era un vacío, un haber expulsado todo lo que me había carcomido esas horas para darle un desenlace en el cual lo sacaba todo. En realidad, miento: sí que seguía quedando ese sollozo atravesado, pero ahora era diminuto, lánguido, no se atrevía a salir del todo porque el ciclo se había cerrado y su propósito de desahogo se había perdido en medio del camino.

Leí en TodasGamers: «es una venganza cíclica». También sobre el aferramiento al sufrimiento, cómo este atrapa y resulta una propulsión que mueve el viaje. Y es que es así... yo, en particular, soy así. Me veo como Ellie y Abby que cargan piedras sobre su espalda y las arrastran escenario tras escenario como si así pudieran eliminar las pesadillas, darles un final, una especie de propósito o de objetivo. A mí no me arrastra la venganza, pero si me empujan otras cosas que me hacen tambalearme como ellas, dejando que eso sea mi identidad, mi definición.


El no ver más allá de los actos de los demás, no empatizar y no perdonar lleva a Abby a la tortura y asesinato de Joel. No ver más allá lleva a Ellie y Tommy a seguirla hasta Seattle. No ver más allá lleva a Abby a buscarla, encontrarla. No ver más allá lleva a Tommy a seguirle la pista y presentársela a Ellie cuando tiene ocasión, y no ver más allá lleva a Ellie a empezar de nuevo el ciclo. Abby no quiere pelear, ni huir, está destrozada, Ellie no consigue dar el último paso para culminar su objetivo. Les ha costado perderlo todo, llegar al abismo de su existencia y estar tan rotas, tan agotadas de esa búsqueda constante de la otra que se rinden, dan por fin un paso atrás y permiten que sus vidas dejen de entrecruzarse.

Ese ciclo, ese aferramiento —como bien mencioné antes— es una vorágine que termina convirtiéndose en nuestro eje definitorio, y sobre el cual avanzamos torpemente mientras dejamos que nos arrastre su inercia. Nuestros actos se supeditan a ese hecho, y nuestras emociones confluyen una y otra vez en el mismo, extendiendo sus ramificaciones a cada aspecto de nuestra vida, convirtiéndonos en tóxicos, llenos de dolor. Todo acaba en una amalgama de complejidad que, al desenredarse, queda en hilos cuasi infinitos que llevan a ese punto, ese acantilado del cual nos despeñamos en su momento y del cual jamás supimos salir, únicamente convivir con las ondulaciones de nuestra caída que se extienden hasta que seamos lo suficientemente fuertes para detenerlas.

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