En esta película, se sigue el viaje de Taeko hacia el campo, aprovechando unas vacaciones laborales en las que se dirige a casa de su cuñada para ayudarles en la cosecha de la temporada. Al mismo tiempo que avanza su trayecto y estadía, Taeko recuerda a su yo infantil, en sucesos que podrían parecer banales pero que marcaron muchas de sus decisiones presentes.
Me encuentro atrapada por la distancia con las personas que viven en la misma casa, con una complicidad vacua y vidas paralelas que se entrecruzan lo mínimo posible, ¿así se desarrolla la individualidad? ¿Con esta especie de sosegada soledad? Yo, hija única y nacida en un hogar en el que todos formábamos parte de la vida del resto, encuentro esta separación algo inaudito, que me genera desasosiego.
Vivimos recordando, un ojo siempre puesto hacia atrás, en lo que dejamos y lo que nos construye. Taeko vive al mismo tiempo en su viaje y en su infancia, las dos líneas temporales transcurriendo una al lado de la otra ya que solo en la superposición de los actos les damos sentido al presente. De su vida urbana, si arraigos al campo, nació una añoranza que acabó convirtiéndose en la búsqueda de, quizá, un hogar que llamar propio.
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