Empecé a leer a Clarice Lispector, y siempre encuentro en sus letras maestría, metáforas, sensaciones y confusión. Volví también a Angelika Schrobsdorff, a quien conocí el año pasado cuando estuve convaleciente, su lectura un bálsamo entonces y ahora. Jugué de nuevo a Alan Wake y me maravilla aún la historia, sus sutilezas y música. Este mes fue el de Antidisturbios y The Mandalorian, pero también de documentales como Lo que el pulpo me enseñó y la Escalera al cielo: El arte de Cai Guo-Qiang.
Sueño con el trabajo. En una ocasión, tras casi morir, la jefa me concedía el estado de testigo protegido y me enviaba con un maletín de metal a empezar una nueva vida en Mallorca (mi vida era tranquila, guiada por las mareas, sin prisas). También soñé con el espacio, esa frontera que me atrae y aterra tanto que se cuela constantemente en mis onirias, porque allí todo es posible, incluso sentir nostalgia de un lugar al que seguramente jamás iré. En otro argumento era retenida por las fuerzas del orden de un país extranjero, que me impedían volver a mi hogar si no era siendo parte de una red de explotación a mujeres como vientres de alquiler.
Ahora en casa somos seis, los gatos nos superan. Dos pequeños abandonados en una veterinaria llegaron a casa un poco por accidente, quizá otro poco por destino. Dije un día: «estaré en casa más tiempo, podemos adoptar a otro pequeño» y al día siguiente me ofrecieron acoger a uno de estos pequeños. Al final, quien venía a casa no sobrevivió y con dos hermanos muy unidos fue imposible separarlos. Llegaron a casa y cabían en la mano.
Bailo en casa porque la danza tiene que abandonar las aulas, de nuevo. El día de las librerías no puedo ir a mi rincón de la ciudad porque está en el municipio del al lado, aquel al que se llega cruzando un puente de escasos metros. Busco crear y salir de esta tierra en la que me he hundido: escribo sobre Death Stranding, me abro a otras plataformas y relato un sueño sobre cruzar puertas, caídas, y pérdidas. Escribo y pienso y comparto y hago. Me muevo, esto es movimiento. Tengo mucho que decir, y sentir, y hacer, y crear, que siento que exploto con el torbellino de palabras anudadas que me revolotea por dentro y me asfixia y abruma. Escribí en Twitter: «Llevo una eternidad viviendo de manera lineal, inflexible, esperando llegar al cauce que busco sin resultado. Estoy rompiendo con eso, aunque suponga ignorar sistemas de pensamiento y rutina que tenía enquistados, considerándolos casi una verdad absoluta». Me siento libre, liviana, flotando en mi propio ser y en el ir y venir de los días. Con ello dejo atrás el vivir con miedo a la pérdida: a mí misma, mi intimidad… como si cada vez que me asomara a alguna ventana mi existencia se desvaneciera un poco.
Estoy aprendiendo sobre el duelo migratorio, que lo que sentía no era "una etapa", y el aceptar que mi identidad se erige sobre 2 tierras es posible. Me comparo con quien habita en la parálisis, como yo misma aprendí de ello y caí en esa espera contenida. Me descubro ahora, rompiendo con lo que era, disfrutando de la libertad del movimiento, que es de lo más preciado que he encontrado este año.
Recupero lazos porque son pocos, efímeros, y esas conexiones he encontrado verdadero apoyo y cercanía. A veces ignoramos la realidad porque creemos que nuestra ensoñación tiene más peso, más importancia, cuando en realidad son castillos erigidos sobre cimientos de humo. Dejo ir ese aferramiento también, abandonando la búsqueda de lo que no existe (porque, lo primero, es aceptar eso: que no es real). Encuentro una libreta con impresiones de libros y películas, y recupero esas reflexiones que se me antojan tan lejanas. Hace 7 años, escribí: «Cada persona vive en su órbita solitaria y cree que la proximidad de otros astros presagia el compartir destino. Pero no. Solo se comparte una fracción del trayecto. Vivimos de ausencias y recuerdos».
Encuentro en esta situación que la calma es un espejismo, y en la complejidad de estos tiempos surge rápidamente el egoísmo. Hay que serlo, que no se me malinterprete: la prioridad es nuestra salud física y mental. Hay un desespero por atención, que se traspone a una falta de consideración. La ausencia no es crispación, también es salud, es creer en alejarse de quien está haciendo daño con su exceso de protagonismo que pesa con indiferencia a los demás.
Estoy aprendiendo a no juzgar bajo mi vara, porque entonces ni soy, ni se es, ni somos, ni nada. Solo silencio y juicios y fallos que precipitan la caída. Busco no juzgar a los demás por cómo soy yo, porque ellos son, y yo soy, y ambos somos, aunque sin estar, cada uno sus circunstancias. Tras un ensayo digo: «yo, una persona auto destructiva traigo un consejo: de nada sirve ser capaz de ver tus fallos si no puedes apreciar lo que haces bien. Ser bondadosos con nosotros mismos es clave para mejorar».
Publicar un comentario