Si cada acto conllevara una reacción, no sabría identificar si la preparación de un té o de un café es en sí la causa o la consecuencia. Preparo una bebida caliente para concentrarme, para conseguir romper con un hilo de pensamiento desordenado, con una estática mental que me impide avanzar; el resultado de una inercia dispersa. El primer sorbo o el ver la taza humeante a mi izquierda me provoca una sensación de paz, plenitud íntegra que se esparce por mis entrañas y me asienta, me despeja, me ancla; es la causa de mi calma, de mi sosiego.
No sabría especificar si es el romper la monotonía con una secuencia de pasos sencillos que llevan a una meta tangible-bebible, o es el confort que siempre hallo en la calidez del entorno. Me atrevo a aventurar que es un mero condicionamiento construido a base de tardes de biblioteca con el café escondido, de mañanas en una mesa de la universidad o de la cafetería apurando los últimos sorbos, del desayuno en casa, de largos ensayos acompañada por una tetera humeante. Llenar la mente, y llenar el estómago, dos actos en simbiosis que funcionan mejor en su unión antes que en su separación.
De ahí quizá viene la obsesión por las tazas de cerámica, un rechazo estético al recipiente de plástico, a los vasos de cristal de cualquier bar. Hago mío este ritual, lo transformo en una cadena de movimientos que fluyen, que danzan, que esconden una motivación secreta incluso en el acto de seleccionar recipiente. Ser sibarita de las hojas de té que selecciono, del grano de café y de cómo los libero de su esencia.
Las personas somos tan sencillas, y tras esa simplicidad escondemos demasiada complicación. Me excuso en mis sistemas, en mi inextinguible necesidad por establecer métodos y actos que lubriquen mi existencia, como si de esa manera fuera menos evidente el descontrol, la falta de exigencia sobre uno mismo. Me concentro en este detalle y le doy una importancia exacerbada, como si realmente fuera la cúspide de la concentración, la pieza que falta para que el engranaje siga girando y girando.
Y aun así, estas letras se juntaron sin la musa al lado: sin un café o una infusión a la cual deberle devoción.
Me encanta! ❤️
ResponderEliminarOh, ¡me alegra mucho leer que te ha gustado!
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